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Resumen del Libro ‘El arte de amar’ de Erich Fromm

22 minutos de lecturaResúmenes de libros

¿Es el amor un arte? En tal caso, requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno tropieza si tiene suerte? Este libro se basa en la primera premisa […]. Erich Fromm

El libro que hoy compartiré consta de cuatro capítulos:

  • ¿Es el amor un arte?
  • La teoría del amor
  • El amor y su desintegración en la sociedad occidental contemporánea
  • La práctica del amor

Resumiré cada uno de ellos para acercarte el contenido del mismo y parte del pensamiento del autor, y animándote a que, en caso de que lo que leas en este resumen te atrape, profundices con la lectura del libro y disfrutes de ella. ¡Adelante!

CAPÍTULO 1: ¿Es el amor un arte?

Existen ciertas premisas que hacen creer que no hay nada que aprender sobre el amor:

  • La creencia de que el problema del amor radica fundamentalmente en ser amado y no en la propia capacidad de amar. Esto lleva a muchas personas a usar distintas formas y técnicas para hacerse querer iguales a las que se utilizan para alcanzar el éxito, ganar amigos e influir sobre las personas.
  • La suposición de que el problema del amor es el de un objeto y no el de una facultad. Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable; y con el amor se quiere hacer un buen negocio. De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado: un objeto deseable desde el punto de vista de su valor social, sus valores y potencialidades.
  • La confusión entre la experiencia inicial del enamorarse y la situación de permanecer enamorado. A menudo se cree que esa experiencia mediante la cual dos personas, inicialmente desconocidas, dejan caer la barrera que los separa y se acercan, es de índole milagrosa. Sin embargo, tal tipo de amor es, por su misma naturaleza, poco duradero. No obstante, las personas consideran la intensidad del apasionamiento como una prueba de la fuerza de su amor, cuando sólo evidencia el grado de su soledad anterior.

Prácticamente no existe actividad alguna o empresa que se inicie con tantas esperanzas y expectaciones, y que, sin embargo, fracase tan a menudo como el amor. Ante esta situación, podemos conocer los motivos y corregir los errores, o bien, renunciar a la actividad. Dado que lo último es imposible en el caso del amor, sólo nos queda examinar las causas de tal fracaso y estudiar el significado del mismo, el cual será tratado como un arte.

¿Cuáles son los pasos necesarios para aprender cualquier arte?

Este proceso puede dividirse en dos etapas. Lo primero es dominar la teoría. De este modo, una vez adquirido todo ese conocimiento, se domina un arte luego de mucha práctica.

CAPÍTULO 2: La teoría del amor

El amor, la respuesta al problema de la existencia humana

Cualquier teoría del amor debe comenzar con una teoría de la existencia humana. Lo esencial en la existencia del hombre es el hecho de que ha emergido del reino animal, de la adaptación instintiva; ha trascendido la naturaleza, si bien jamás la ha abandonado, y está dotado de razón.

El hombre es vida consciente de sí misma; tiene consciencia de sí y de sus semejantes, de su pasado y de las posibilidades de su futuro. Esa conciencia de sí mismo como una entidad separada provoca angustia y se pone en evidencia la necesidad del hombre de abandonar la soledad.

El hombre- de todas las edades y culturas- enfrenta la solución a un problema que es siempre el mismo: el problema de cómo superar la separatidad, cómo lograr la unión, cómo trascender la propia vida. El problema es el mismo tanto para el hombre primitivo de las cavernas como para el hombre actual; lo que varía a lo largo de la historia es la respuesta. La solución se puede alcanzar por medio de la adoración de animales, del sacrificio humano o conquistas militares, por la complacencia en la lujuria, el renunciamiento ascético, el trabajo obsesivo, la creación artística, el amor a Dios y el amor al hombre. Sin embargo, las respuestas son limitadas; la historia de la religión y de la filosofía es la historia de esas respuestas.

A continuación se describen tres maneras habituales de escapar a este estado de separación:

  1. La primera de ellas consiste en el acceso a diversas clases de estados orgiásticos tales como los rituales de tribus primitivas, diversas experiencias sexuales y, en una cultura no orgiástica, el uso de alcohol y drogas como paliativos. Las uniones orgiásticas presentan las siguientes características: son intensas, incluso violentas; ocurren en la personalidad total, mente y cuerpo; son transitorias y periódicas.
  2. La segunda forma consiste en la unión basada en la conformidad con el grupo, sus costumbres, prácticas, y creencias. Este tipo de unión es calma, está dictada por la rutina, y por ello mismo, suele resultar insuficiente para aliviar la angustia de la separatidad. La frecuencia del alcoholismo, la afición a las drogas, la sexualidad compulsiva y el suicidio en la sociedad occidental contemporánea constituyen los síntomas de ese fracaso relativo de la conformidad tipo rebaño. Más aún, tal solución afecta fundamentalmente a la mente, y no al cuerpo, por lo cual es menos efectiva que las soluciones orgiásticas.
  3. Una tercera manera de lograr la unión reside en la actividad creadora, sea la del artista o la del artesano. En todo tipo de trabajo creador el individuo y su objeto se tornan uno, el hombre se une al mundo en el proceso de creación.

Ese deseo de fusión interpersonal es el impulso más poderoso que existe en el hombre. La fusión puede lograrse de distintas formas. ¿Deberíamos llamar amor a todas ellas? ¿O deberíamos reservar la palabra amor únicamente para una forma específica de unión, una forma que ha sido la virtud ideal de todas las grandes religiones y sistemas filosóficos humanísticos en los miles de años de historia occidental y oriental? Como ocurre con todas las dificultades semánticas, la respuesta sólo puede ser arbitraria. Se describen a continuación dos situaciones distintas:

  • La unión simbiótica: tiene su patrón biológico en la relación entre la madre embarazada y el feto. Son dos y sin embargo, uno solo. En la unión simbiótica psíquica, los dos cuerpos son independientes, pero psicológicamente existe el mismo tipo de relación. La forma pasiva de la unión simbiótica es la sumisión, o, para usar un término clínico, el masoquismo. La persona masoquista escapa del intolerable sentimiento de aislamiento y separatidad convirtiéndose en una parte de otra persona que la dirige. Se exagera el poder de aquel al que uno se somete, se trate de una persona o de un dios; él es todo. La persona masoquista no tiene que tomar decisiones, ni correr riesgos; nunca está sola, pero no es independiente; carece de integridad; no ha nacido aún totalmente. La forma activa de la fusión simbiótica es la dominación (sadismo). La persona sádica quiere escapar de su soledad y de su sensación de estar aprisionada haciendo de otro individuo una parte de sí misma. Se siente acrecentada y realzada incorporando a otra persona, que la adora.
  • El amor maduro: significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. El amor es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo unen a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y separatidad, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. En el sentido más general, puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es fundamentalmente dar, no recibir. La capacidad de amar como acto de dar depende del desarrollo caracterológico de la persona. Presupone el logro de una orientación predominantemente productiva, en la que la persona ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotar a los demás, o de acumular, y ha adquirido fe en sus propios poderes humanos y coraje para confiar en su capacidad para alcanzar el logro de sus fines. En la misma medida en que carece de tales cualidades, tiene miedo de darse, y, por tanto, de amar.

Elementos básicos del amor

Aunque hay distintos tipos de amor, todos ellos presentan ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas de amor. Estos elementos son:

  • Cuidado: El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor.
  • Responsabilidad: Hoy en día se suele usar el término para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser responsable significa estar listo y dispuesto a responder.
  • Respeto: Es la capacidad de ver a una persona tal cual es, de tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De este modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia, y no para servirme. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar ni explotar a nadie. El respeto sólo existe sobre la base de la libertad.
  • Conocimiento: Respetar a una persona sin conocerla, no es posible. Hay muchos niveles de conocimiento; el que constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que penetra hasta la profundidad del asunto. Conocer a otro es posible cuando puedo trascender la preocupación por mí mismo y ver a la otra persona en sus propios términos. Puedo saber, por ejemplo, que una persona está encolerizada, aunque no lo demuestre abiertamente; pero puedo llegar a conocerla más profundamente aún; sé entonces que está angustiada, e inquieta, que se siente sola, que se siente culpable.

Los objetos amorosos

El amor no es esencialmente una relación con una persona específica; es una actitud, una orientación del carácter que determina el tipo de relación de una persona con el mundo como totalidad, no como un objeto amoroso. Si una persona ama sólo a otra y es indiferente al resto de sus semejantes, su amor no es amor, sino una relación simbiótica, o un egotismo ampliado.

CAPÍTULO 3: El amor y su desintegración en la sociedad occidental contemporánea

El problema humano del capitalismo y su resultado

El problema humano del capitalismo moderno puede formularse de la siguiente manera: el capitalismo moderno necesita de hombres que cooperen dócilmente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral- dispuestos sin embargo, a que los manejen, a hacer lo que se espera de ellos, a encajar sin dificultades en la maquinaria social.

¿Cuál es el resultado? El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza. Se ha transformado en un artículo, experimenta sus fuerzas vitales como una inversión que debe producirle el máximo de los beneficios posibles en las condiciones imperantes del mercado. Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir del pensamiento, el sentimiento o la acción. Al mismo tiempo que todos tratan de estar cerca de los demás como sea posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el profundo sentimiento de inseguridad, de angustia y de culpa que surge siempre que es imposible superar la separatidad humana.

La situación en lo que atañe al amor corresponde, inevitablemente, al carácter social del hombre moderno. Los autómatas no pueden amar, pueden intercambiar su bagaje de personalidad y confiar en que la transacción sea equitativa. Una de las expresiones más significativas del amor es la idea del “equipo”. En innumerables artículos sobre el matrimonio feliz, el ideal escrito es el de un equipo que funciona sin dificultades. Tal descripción no difiere demasiado de la idea de un empleado que trabaja sin inconvenientes; debe ser razonablemente independiente, cooperativo, tolerante, y al mismo tiempo, ambicioso y agresivo.

La importancia que se otorga al espíritu de equipo, la tolerancia mutua, etc., es algo relativamente reciente. Lo precedió, en los años que siguieron a la primera guerra mundial, un concepto del amor en el que la mutua satisfacción sexual se suponía la base de las relaciones amorosas satisfactorias, y, especialmente, de un matrimonio feliz. Se creía que las causas de los frecuentes fracasos matrimoniales obedecían a que la pareja no había logrado una adecuada adaptación sexual, lo cual se atribuía, a su vez, a la ignorancia respecto de la conducta sexual correcta, y, por ende, a una teoría sexual defectuosa de una o las dos partes. Correspondía a la ilusión general de la época suponer que el uso de las técnicas adecuadas es la solución no sólo de los problemas técnicos de la producción industrial, sino también de todos los problemas humanos. Se desconocía el hecho de que la verdad es precisamente lo contrario.

El amor no es el resultado de la satisfacción sexual adecuada; por el contrario, la felicidad sexual adecuada es el resultado del amor. Si aparte de la observación diría fueran necesarias más pruebas en apoyo de esa tesis, podrían encontrarse en el vasto material de los datos psicoanalíticos. El estudio de los problemas sexuales más frecuentes- frigidez en mujeres y formas más o menos serias de impotencia en los hombres- demuestra que la causa no radica en la falta de conocimiento de la técnica adecuada, sino en las inhibiciones que impiden amar. El temor o el odio al otro sexo están en la raíz de las dificultades que impiden a una persona entregarse por completo, actuar espontáneamente, confiar en el compañero sexual, en lo inmediato y directo de la unión sexual. Si una persona sexualmente inhibida puede dejar de temer u odiar, y tornarse entonces capaz de amar, sus problemas sexuales están resueltos.

Pero si bien los datos de la teoría psicoanalítica señalan la falacia de la idea de que el conocimiento de la técnica sexual apropiada conduce a la felicidad sexual y al amor, la suposición subyacente de que el amor es el concomitante de la mutua satisfacción sexual está determinada en alto grado por las teorías de Freud.

Freud y la concepción del amor

Para Freud, el amor es básicamente un fenómeno sexual. Incluso la experiencia del amor fraterno es un producto del amor sexual, pero en el cual el instinto sexual se transforma en un impulso con finalidad inhibida. En lo que atañe al sentimiento de fusión, de unidad, que constituye la esencia de la experiencia mística y la raíz de la más intensa sensación de unión con otra persona o con nuestros semejantes, Freud lo interpreta como un fenómeno patológico, como una regresión a un estado de temprano narcisismo ilimitado.

Freud está a un solo paso de afirmar que el amor es en sí mismo un fenómeno irracional. Para él no existe diferencia entre el amor irracional y el amor como una expresión de la personalidad madura. El amor como fenómeno racional, como máximo logro de la madurez, no es, para Freud, materia de investigación, dado que no tiene existencia real.

Factores determinantes en las teorías freudianas

Las ideas de Freud sufrieron en parte la influencia del espíritu del siglo XIX, en parte se hicieron populares a través de las tendencias predominantes en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial. Algunos de los factores que influyeron tanto sobre el concepto popular como sobre el freudiano, fueron, en primer término, una reacción contra las estrictas normas de la era victoriana. El segundo factor determinante de sus teorías reside en el concepto de hombre prevaleciente, concepto que se basa en la estructura del capitalismo. A fin de demostrar que el capitalismo corresponde a las necesidades naturales del hombre, había que probar que el hombre era por naturaleza competitivo y hostil a los demás. Mientras los economistas demostraban esto en función del insaciable deseo de beneficios económicos, y los darwinistas en función de la ley biológica de supervivencia del más apto, Freud llegó a idéntico resultado partiendo de la suposición de que el hombre está movido por un insaciable deseo de conquista sexual de todas las mujeres, y que sólo la presión de la sociedad le impide obrar de acuerdo con sus deseos.

Con el tiempo, el pensamiento freudiano acusó una marcada influencia del tipo de materialismo predominante en el siglo XIX. Se creía que el sustrato de todos los fenómenos mentales se encontraba en los fenómenos fisiológicos; por consiguiente, Freud consideró el amor, el odio, la ambición, los celos, como otros tantos productos de las diversas formas del instinto sexual. No vio que la realidad básica está en la totalidad de la existencia humana; en primer término, en la situación humana común a todos los hombres, en segundo lugar, en la práctica de vida determinada por la estructura específica de la sociedad.

Según Freud, la satisfacción plena y desinhibida de todos los deseos instintivos aseguraría la salud mental y la felicidad. Pero hechos clínicos muestran que hombres y mujeres que dedican su vida a la satisfacción sexual sin restricciones no son felices, y que a menudo sufren graves síntomas y conflictos neuróticos. La gratificación completa de todas las necesidades instintivas no sólo no constituye la base de la felicidad, sino que ni siquiera garantiza la salud mental. Las tesis freudianas pudieron llegar a popularizarse tan sólo en el período que siguió a la Primera Guerra Mundial, a causa de los cambios ocurridos en el espíritu del capitalismo, del énfasis en ahorrar al énfasis en gastar, de la autofrustración como medio de lograr el éxito económico al consumo como base de un mercado en constante expansión y como principal satisfacción para el individuo angustiado, automatizado. Tanto en la esfera de lo sexual cuanto en la del consumo material, la tendencia fundamental era no postergar la satisfacción de ningún deseo.

Aportes del psicoanalista H.S.Sullivan y comparación con los conceptos de Freud

En el sistema psicoanalítico de Sullivan encontramos, en contraste con el de Freud, una estricta división entre sexualidad y amor. ¿Qué significado tienen el amor y la intimidad en el concepto de Sullivan? La intimidad, según Sullivan, es un tipo de situación que comprende a dos personas y que permite la validación de todos los componentes de la excelencia personal. La esencia del amor se ve en una situación de colaboración, en la que dos personas sienten.

Así como el concepto freudiano del amor es una descripción de la experiencia del varón patriarcal en términos del capitalismo del siglo XIX, así la descripción de Sullivan se refiere a la experiencia de la personalidad enajenada y mercantil del siglo XX. Es la descripción de dos personas que aman sus intereses comunes y se unen frente a un mundo hostil y enajenado. En realidad, su definición de la intimidad es en principio válida para el sentimiento de cualquier equipo cooperativo, en el que todos adaptan su conducta a las necesidades manifiestas de la otra persona, en persecución de finalidades comunes.

El amor como satisfacción sexual recíproca, y el amor como trabajo en equipo y como un refugio de la soledad, constituyen las dos formas normales de la desintegración del amor en la sociedad occidental contemporánea, de la patología del amor socialmente determinado. Existen además de éstas, otras formas individualizadas de la patología del amor que ocasionan sufrimientos conscientes.

CAPÍTULO 4: La práctica del amor

¿Se puede aprender algo de la práctica de un arte excepto practicándolo?

Amar es una experiencia personal que sólo podemos tener por y para nosotros mismos; no obstante, la práctica de cualquier arte tiene ciertos requisitos generales, independientes por completo del tipo de arte que sea.

Requerimientos generales para practicar cualquier arte

  • Disciplina: Nunca haré nada bien si no lo hago de manera disciplinada; cualquier cosa que haga sólo porque estoy en el estado de ánimo apropiado, puede constituir un hobby agradable o entretenido, mas nunca llegaré a ser un maestro en ese arte. Este rasgo es difícil de adquirir para el hombre moderno, ya que es excesivamente indisciplinado fuera de la esfera del trabajo. Tiene un deseo de ociosidad que constituye, en gran parte, una reacción contra la rutinización de la vida. Además, en la batalla contra el autoritarismo, ha llegado a desconfiar de toda disciplina, tanto de la impuesta por la autoridad irracional como de la disciplina racional autoimpuesta. Es esencial que la disciplina no se practique como una regla impuesta de afuera, sino que se convierta en una expresión de la propia voluntad; que se sienta como algo agradable, y que uno se acostumbre lentamente a un tipo de conducta que puede llegar a extrañar si deja de practicarla. Uno de los aspectos lamentables de nuestro concepto occidental de la disciplina es que supone que su práctica debe ser algo penosa y sólo si es penosa es buena. En cambio, el Oriente ha reconocido hace mucho que lo que es bueno para el hombre también debe ser agradable, aunque al comienzo haya que superar algunas resistencias.
  • Concentración: En nuestra cultura, la concentración es aún más rara que la autodisciplina. Por el contrario, nuestra cultura lleva una forma de vida difusa y desconcentrada, que casi no registra paralelos.
  • Paciencia: Es un requisito indispensable para aprender cualquier arte, aunque nuestro sistema industrial aliente precisamente lo contrario: la rapidez. El hombre moderno piensa que pierde algo- tiempo- cuando no actúa con rapidez; sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que gana- salvo matarlo. Practicar la paciencia consiste en ser sensible con uno mismo, así como somos con los demás. Tener conciencia, por ejemplo, de una sensación de cansancio, enojo o con tendencia a los ensueños y otras actividades escapistas y, en lugar de entregarse a ella preguntarse: ¿qué ocurre?. También debemos estar atentos a nuestra voz interior, que nos dice, por lo general inmediatamente, por qué estamos angustiados, deprimidos, irritados.
  • Importancia suprema por el dominio del arte: Si el arte no es algo de elevada importancia, el aprendiz jamás lo dominará. Seguirá siendo, en el mejor de los casos, un buen aficionado, pero nunca un maestro.

Cualidades necesarias para practicar el arte de amar

  • Superación del propio narcisismo: En la orientación narcisista se experimenta como real sólo lo que existe en nuestro interior, mientras que los fenómenos del mundo exterior carecen de realidad de por sí y se experimentan sólo desde el punto de vista de su utilidad o peligro para uno mismo. El polo opuesto del narcisismo es la objetividad; es la capacidad de ver a la gente y de ver las cosas tal como son, separada de nuestros propios deseos y temores.
  • Humildad: La humildad y la objetividad son indivisibles, tal como lo es el amor. Si quiero aprender el arte de amar, debo esforzarme por ser objetivo en todas las situaciones y hacerme sensible frente a la situación en la que no lo soy. Debo tratar de ver la diferencia entre mi imagen de una persona y de su conducta, tal como resulta de la deformación narcisista, y la realidad de esa persona tal como existe independientemente de mis intereses, necesidades y temores.
  • Fe: Es necesario aquí diferenciar la fe irracional de la fe racional. La primera consiste en la creencia en una persona o una idea que se basa en la sumisión a una autoridad irracional. Por el contrario, la fe racional es una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. Es una cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras convicciones. La fe es un rasgo caracterológico que penetra toda la personalidad, y no una creencia específica. Mientras que la fe irracional arraiga en la sumisión a un poder que se considera avasalladoramente poderoso, omnisapiente y omnipotente, y en la abdicación del poder y la fuerza propios, la fe racional se basa en la experiencia opuesta. Tenemos fe en una idea porque es el resultado de nuestras propias observaciones y nuestro pensamiento. Tenemos fe en las potencialidades de los demás, en las nuestras y en las de la humanidad, porque, y sólo en esa medida, hemos experimentado el desarrollo de nuestras propias potencialidades. Tener fe requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión. Quien insiste en la seguridad y la tranquilidad como condiciones primarias de la vida no puede tener fe; quien se encierra en un sistema de defensa, donde la distancia y la posesión constituyen los medios que dan seguridad, se convierte en un prisionero. Ser amado y amar, requiere coraje, la valentía de atribuir a ciertos valores fundamental importancia y de dar el salto y apostar a todo a esos valores. La práctica de la fe y el valor comienza con los pequeños detalles de la vida diaria. El primer paso consiste en observar cuando y dónde se pierde la fe, analizar las racionalizaciones que se usan para soslayar esa pérdida de fe, reconocer cuándo se actúa cobardemente y cómo se lo racionaliza. Reconocer cómo cada traición a la fe nos debilita, y cómo la mayor debilidad nos lleva a una nueva traición, y así en adelante, en un círculo vicioso. Entonces reconoceremos también que mientras tememos conscientemente no ser amados, el temor real, aunque habitualmente inconsciente, es el de amar. Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada. El amor es un acto de fe, y quien tenga poca fe también tiene poco amor.
  • La actividad de amar: El amor es una actividad; si amo, estoy en un constante estado de preocupación activa por la persona amada, pero no sólo por ella. Porque seré incapaz de relacionarme activamente con la persona amada si soy perezoso, si no estoy en un estado constante de conciencia, alerta y actividad. Estar plenamente despiertos es la condición para no aburrirnos o aburrir a los demás. Ser activo en el pensamiento, en el sentimiento, con los ojos y los oídos, durante todo el día, evitar la pereza interior, sea que ésta signifique mantenerse receptivo, acumular o meramente perder el tiempo, es condición indispensable para la práctica del arte de amar. El principio sobre el que se basa la sociedad capitalista y el principio del amor son incompatibles. Pero la sociedad moderna en su aspecto concreto es un fenómeno complejo.

Si el hombre quiere ser capaz de amar, debe colocarse en su lugar supremo. La máquina económica debe servirlo, en lugar de ser él quien esté a su servicio. Debe capacitarse para compartir, el trabajo, en vez de compartir, en el mejor de los casos, sus beneficios. La sociedad debe organizarse de tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté separada de su existencia social, sino que se una a ella. Si es verdad que el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana, entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre. Erich Fromm